Decidió ir a Estados Unidos terminando la preparatorio. Era verano del 2001 y Mateo porfin iba a conocer el país donde había nacido. Planeaba pasar algunas semanas paseando y conociendo sitios como el Maddison Square Garden, la Estatua de la Libertad y demás lugares turísticos. Era un viaje ambicionado por mucho tiempo y, hacia principios de Agosto Mateo visitaba las Torres Gemelas decidiendo, también en esos días, el no volver a México.
No era difícil entender que se quisiera quedar Mateo en Estados Unidos. Desde chico en su casa se hablaba medio en español y medio en inglés, con una educación muy diferente a la que prevalecía en la comunidad. Sus padres habían comenzado la familia en Nueva Jersey, ambos trabajaban y la experiencia de vivir fuera de su país cambió sus perspectivas, como sucede con todos los migrantes.
El verano iba terminando y, conforme quienes hospedaban a Mateo en vacaciones volvían a sus tareas diarias, tomar una decisión definitiva se volvía urgente. Había que encontrar una manera de quedarse en Estados Unidos y aunque su papá le había hablado alguna vez de los beneficios de entrar al ejército, esa opción no era la que más le interesaba. Sin duda, era la manera más sencilla y legal para quedarse en el país y estudiar a futuro, pero no le atraía. Hasta el momento solo ayudaba a sus tutores en el negocio familiar, sin paga.
Mateo, explorando las opciones, llamó al número 1-800 para pedir informes sobre los requisitos y beneficios de entrar al ejército. Las opciones estaban en español y en inglés así que aunque no hablaba perfecto el idioma, pudo dar los datos que le pedía el operador. Dos días más tarde un sargento lo visitó en casa de quienes lo hospedaban.
Hablaron Mateo y el reclutador, en presencia de quienes fungían como tutores para Mateo en el momento, sobre el interés que tenía en entrar al ejército estadounidense.
Hablaron de facilidades, salarios, beneficios, horarios y al partir, el sargento dejó una carpeta con folletos y clips de información. Tres días seguidos fue el reclutador a hablar con ellos y resolver dudas.
El motivador principal fue que el gobierno estadounidense pagaría sus estudios al finalizar el servicio militar. Cuatro años parecía un sacrificio razonable y Mateo se sentía que valdría la pena. Tomó la decisión y al siguiente día los sargentos volvieron a la casa de los tutores con el contrato del Military Entry.
MEPS: Las pruebas y el contrato
Estuvo en esa estación dos veces y lo odiaba. En el MEPS se hacían las pruebas físicas y médicas para entrar al ejército, todo era muy tardado pues es hacían estudios de todo: sangre, oído, vista, orina, le tomaron el historial familiar. Siempre repetían las preguntas relativas a la historia familiar, lo que hacía el proceso muy cansado. Hubo además un examen psicométrico y de conocimientos (ASVAB), el puntaje promedio era de 60 pero Mateo obtuvo 100. Lo que quedaba era esperar los resultados de las pruebas y la aprobación final para el contrato definitivo.
La segunda visita al MEPS, un sargento le preguntó si estaba absolutamente consiente de lo que estaba firmando: el contrato como miembro ACTIVO del ejército. Mateo tendría un bono de 1000 dólares si lograba entrar al Airborne School, a lo que sus resultados en las pruebas le daban posibilidades. Firmando aquellos papeles sería un soldado de tiempo completo.
“Irás al Fuerte Knox por 9 semanas para el entrenamiento individual de combate. Después estarás en el Fuerte Benning para el entrenamiento del Airborne School. ” le dijeron. “Concluyendo esos entrenamientos irás a Fort Carson para tu entrenamiento en Fuerzas especiales”.
Mateo firmó el contrato y no volvió a ver al sargento. Era 8 de septiembre de 2001
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