Por: Bilhá Calderón
Hace un poco más de un mes el aire cargado de hollín era irrespirable en esta ciudad ubicada al poniente de la capital poblana. Un incendio, provocado por la explosión de un ducto de PEMEX a sólo unas calles del centro de San Martín Texmeucan dejó 30 muertos, 32 viviendas y más de 25 vehículos calcinados, aunado a daños estructurales a construcciones hasta 300m. a la redonda. La nube de humo se levantó cientos de metros y viajó hacia el sureste cubriendo buena parte del cielo de las dos Cholulas, hasta Atlixco.
Pero la vida continúa, los comerciantes se instalan en las apretadas calles vendiendo sus productos desde el tianguis del zócalo hasta el mercado y hacia sus calles aledañas. La Misa de doce recibe a los lugareños, los payasos hacen su acto en la plaza donde el tianguis los rodea; es un domingo como cualquiera.
Tres hombres de edad, el primero vendedor, el segundo barbero y el tercero cliente trabajan en un local compartido del Centro. Mientras el vendedor me despachaba y me daba señales sobre cómo llegar a la “zona cero”, el barbero y el cliente estiraban los ojos desde una de esas sillas clásicas de las barberías tradicionales. Ambos empiezan a sacudir la cabeza mientras me escuchan abordar el tema del accidente de PEMEX.
– Aquí el señor tenía conocidos ahí- me dijo emocionado el vendedor, señalando al barbero. Pero los hombres en la silla de peluquería se mostraban incómodos con mi presencia, evadían mi mirada y mis preguntas sobre el accidente y sus afectados. Sin duda, el hablar del tema, supone enfrentarse a las preguntas que permanecen en aquellos testigos de cualquier tragedia: ¿Y qué pasará con nosotros?
El día del desastre, el 19 de Diciembre de 2010, San Martín Texmelucan fue tapizado de periodistas informando sobre los afectados, los daños ecológicos y su impacto social. Políticos de alto rango visitaron la zona, la noticia viajó por el mundo y pronto la tragedia de las familias que vivían en aquellas casas quedó plasmada en la historia. Sin embargo, el boom mediático desapareció casi tan pronto como había llegado. Los festejos navideños, el año nuevo, el cierre del sexenio marinista y los preparativos para el arranque del nuevo gobierno moreno-vallista fueron dejando a los afectados por la explosión en segundas planas hasta desaparecer –fuera de la nota ocasional- de la agenda.
El área que rodea la zona afectada más gravemente durante la explosión se encuentra a 50 metros de la zona cero. Al cruzar, lo primero que hay a la vista es una hilera de casas en paralelo que, junto a los bulldozers y maquinaria de construcción, casi podrían pasar desapercibidas pues no están pintadas y algunas muestran aún quemaduras en sus muros más altos o han perdido parte de su estructura. Las casas que se salvaron se levantan por encima de los fragmentos quemados de muros de block y los lotes vacíos con trazos de construcciones nuevas o en proceso.
Una familia, sentada a la puerta de su casa, que no muestra daños, toma el sol y conversa mientras ven jugar a los niños jugar.
– Ese día no estuvimos. – me dice el padre de familia cuando me acerco a preguntar – Por suerte, porque estuvimos aquí el sábado y en la nochecita nos fuimos. Nosotros no vimos, pero bueno, todos mis vecinos fueron afectados porque de hecho el fuego llegó hasta acá [a menos a unos 15 metros de su casa] porque había basura y hasta ahí llegó el petróleo.-
Los escombros de aquellas casas alcanzadas por el fuego, algunas aún con algunos objetos olvidados y chamuscados de sus habitantes hablan del problema real de la zona: el drama de esperar a que lleguen los apoyos, los reparos y la sanación. El viento llevó las llamas hacia éstas casas que en principio tuvieron como protección una barrera de árboles que flanqueaban el río (ver mapa). Cuando éstos comenzaron a quemarse y el petróleo comenzó a esparcirse por el agua también, las llamas llegaron a los muros de las casas.
– Ahora la gente de las casas que se quemaron en esa calle están viviendo por la parte de atrás (la calle paralela) con familiares, donde les rentan o prestan casas- comenta la madre de los niños. Que habla con preocupación y hastío sobre los accesos y las dificultades que hay para cruzar de un lado al otro del río para trasladarse a cualquier lugar, desde llevar a los niños a la escuela hasta hacer compras.
La falta de confianza en las autoridades es la constante en las familias que viven alrededor del área más afectada por la explosión del ducto de PEMEX en Diciembre de 2010. Un cambio de gobierno, muchas visitas de políticos y medios después, la “zona cero” y sus alrededores continúan a la espera de acciones concretas para restablecer su condición de vida después del accidente.
– Aquí según sembraron árboles.- dice la madre de los niños sobre las reparaciones que se están haciendo en la zona- La calle quien sabe si la vayan a arreglar o no. La Señora de la presidencia dice “Eso no lo hizo el gobierno, eso lo hizo PEMEX, ellos les tienen que arreglar, no nosotros. Pero si PEMEX no se mueve para arreglar nada.-
Frente a la “zona cero” A la derecha, un enrejado azul delimita lo que solía ser un taller mecánico y a la izquierda hay un negocio de venta de barbacoa; eso es todo lo que queda en pié de aquella hilera de casas a lo largo de unos 200 metros [ver mapa]. Han sido demolidas las viviendas y retirado el escombro de ellas. En su lugar, maquinaria de construcción así como camiones con logos de PEMEX se sitúan a unos trescientos metros del inicio de la calle.
La familia Córdoba, estaba trabajando desde la 1 de la mañana aquella madrugada del 19 de Diciembre. A esa hora se levantan los hijos a comenzar las labores del día, las mujeres encienden los hornos a las 4 y media. A esa hora, cuenta Doña Francisca que se escuchaban “cuetitos” que tronaban hasta que a las cinco y medio explotó el ducto.
Cada quien salvaba a sus familiares el día de la tragedia “Brincándonos las paredes nos fuimos nosotros” dice la señora Francisca. Ellos hubieran querido
que alguien les ayudara, pues Don Rafael su esposo no puede moverse con facilidad. Fueron sus hijos quienes socorrieron a sus padres. Una vez a salvo corrieron en grupo, con unos compadres y su familia hacia un ojo de agua.
La familia Córdoba solo perdió bienes materiales y han recibido indemnizaciones que van llegando poco a poco por parte de PEMEX de acuerdo a los daños a su propiedad y la de todos los afectados.
Estando tan cerca, los sobrevivientes dan gracias por no haber perdido la vida, haber perdido a sus seres queridos y haber salido lastimados. Si bien es cierto que se han iniciado los pagos y se han cubierto en buena medida los seguros por daños como informó PEMEX el 2 de Febrero a los diputados federales. La “zona cero” es una cicatriz grande para una comunidad que a un mes no ha sido atendida en su totalidad. San Martín Texmelucan carece aún de salidas de emergencia, de servicios de rescate efectivos, de la seguridad para continuar viviendo junto a un río cuyo grado de contaminación es incierto, para ayudar a sanar a sus lesionados o siquiera tener explicaciones sobre qué es exactamente lo que sucedió y qué pasará a futuro con ellos y su ciudad.
Published in print and http://www.revistacupula.mx/Noticias/trazos-sobre-la-naturaleza-y-la-vocacion-critica-de-cupula